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El verdadero papel del juego

23 de Mayo de 2022 Categorías: Crónicas del juego

El verdadero papel del juego

Hoy retomamos un post que publicamos hace tiempo pero que pensamos que sigue estando a la orden del día. Siempre las palabras de Luis María Pescetti son un bálsamo para nosotras, o un revulsivo que nos hacen plantearnos antiguas creencias que llevamos en la mochila o nuevos puntos de vista. A veces, simplemente, son capaces de expresar mejor que nosotras mismas exactamente lo que pensamos.

Según Pescetti, “el sistema tradicional de educación siempre está preocupado por ser científico, y no sólo científico en general, sino por parecerse a una ciencia exacta [...] “Ser científico” da un respaldo que nos vuelve inobjetables: no estamos en el continuamente cambiante terreno de la experiencia humana, sino en el de la ciencia con toda el aura de poder que da el “conocimiento objetivo”. De esa manera nuestro discurso, al estar respaldado por datos científicos, se vuelve tan cierto como la distancia de la luna al sol o el punto de ebullición del agua”.

No pondremos aquí en duda el valor de la ciencia y del rigor científico, pero nos parece interesante la reflexión que deriva de sus palabras: ¿por qué las emociones, los sentimientos, los pareceres, las intuiciones… no son también baremos igualmente válidos y sólidos sobre los que basar nuestros fundamentos y acciones? Necesitamos datos, relaciones causa-efecto, como si fueran los buenos ladrillos de nuestra conducta, asumiendo así de forma inconsciente que lo subjetivo es lo frágil, lo voluble. ¿Es esto cierto?

El verdadero papel del juego

A lo largo de su artículo, Pescetti continua diciendo algo que para nosotras es uno de los quebraderos de cabeza que más horas de debate nos llevan con el equipo. Por eso sus palabras nos hacen querer parar, querer detenernos a pensar en la locura que se ha desatado con esto del juego para..., los libros para…, las canciones para..., las películas para… 

Él explica: “cualquier cosa que se intente hacer con los niños tiene que estar justificada “científicamente” y en relación al programa. Es entonces que aparecen libros de recreación con indicaciones tales como: “este juego desarrolla la memoria y la atención”, “éste desarrolla la coordinación psicomotriz”, “…desarrolla la coordinación en el espacio”, “…el sentido de equipo”. Como si fuéramos máquinas con botones o engranajes que necesitan tal ajuste, tanto de aceite”.

Nos comenta una compañera a la que le gusta muchísimo la LIJ (literatura infantil y juvenil) que está metida en varios grupos en los que madres (sobre todo), padres y profes comentan sobre libros y piden recomendaciones. Es increíble todos los mensajes que les llegan del tipo “¿alguien me puede recomendar un libro para quitar el pañal?”, “¿conocéis algún libro para subir la autoestima a una niña de 8 años?”, “¿una recomendación para tratar la ira de un niño de 4 años?”, como quien pide recetas a un médico. O como si tales cosas, que implican tantas y tantas variables (estado emocional, estado evolutivo, por ejemplo) pudieran abordarse de forma directa, pim, pam, pum. Pues lo mismo con el juego.

Así aparecen materiales para fomentar la motricidad fina, para evitar el bulling, para desarrollar la lectoescritura, para practicar la coordinación mano-ojo, para el pensamiento lógico… y un suma y sigue en forma de listado interminable de todas las bondades del producto en sí. ¿Para qué les compramos juguetes a nuestros hijos y nuestras hijas entonces? ¿Cuál pensamos que es la verdadera razón del juego?

Pescetti hace sobre esto una reflexión acertada: “lo repetiremos: las lecciones disfrazadas de juego son una trampa que el niño siempre reconoce. Claro que los juegos enseñan, pero es imposible traducir a palabras todo lo que ocurre en un juego, como es difícil buscar el “mensaje” de un cuento y traducirlo a palabras. Cuanto mejor es el cuento esto es más imposible”.

Ojo, que nosotras a veces también caemos en la trampa y en muchas ocasiones, nuestras descripciones también llevan incorporadas especificaciones de este tipo. ¡Que tire la primera piedra el que esté libre de pecado! Nos es difícil expresar en ocasiones lo bonito que es el juego/material/juguete del que os hablamos, lo que nuestras hijas e hijos lo han usado o su naturaleza para que las/los que no lo tenéis delante lo entendáis sin caer en este vicio. Somos conscientes, lo sabemos, pero antes que sacar el látigo de la culpa, intentamos más bien sentirnos humanas en nuestras contradicciones. 

Pescetti incluye en su artículo una reflexión que nos llevamos a casa, sobre la que tenemos que meditar despacio y con calma: “he encontrado libros con excelente material, pero que tenían una lista que aclaraba qué desarrollaba cada juego: astucia, rapidez, agilidad, imaginación, ritmo, concentración, reflejos, gusto por el riesgo, etcétera De poco sirve un material bueno si está en función de una idea equivocada. Es un error grave ver al niño como un montón de facultades a desarrollar (memoria, sensorialidad, músculos, etcétera)”. 

Según Pescetti, “un juego es una totalidad muy compleja que apunta a una infinidad de aspectos. No es una herramienta de adiestramiento. Se parece más a una obra de arte: nadie ve un cuadro para desarrollar su sensibilidad al amarillo. Podríamos decir que un juego es como una obra de arte (en la mayoría de los casos: anónima y colectiva) que sólo existe cuando se la práctica y para quienes la practican, no para los que miran de afuera".

"Los juegos son importantes porque enseñan alegría, porque nos arrancan de nuestra pasividad y nos colocan en situación de compartir con otros. Así como la danza nos cuenta de algo que sólo con danza se puede contar, los juegos enseñan algo que sólo los juegos enseñan y que no se traduce en palabras".

Nosotras añadiríamos que el juego solo ocurre, verdaderamente, cuando el niño o la niña conectan consigo mismos/as. No se fomenta, no se alimenta, no se anima. Solo ocurre, de forma espontánea y sin directrices. Por eso es inútil que lo instiguemos y les enseñemos por dónde y a qué jugar, cómo usar un palo o cómo debe construirse una torre. Todo ello puede ser una actividad divertida, una nueva provocación para investigar y poder tirar de una lana, pero juego… El juego es algo mucho más serio.

Pescetii sigue argumentando: “brindan un buen clima de encuentro, una actitud distendida, nos revelan torpezas de un modo que no nos duele descubrirlas, cambian los roles fijos en un grupo, son otra manera de incorporar una sana y necesaria picardía, despiertan, “desactivan la bomba”. Por sobre todo, y esto corre el riesgo de sonar a telenovela barata, son un constante mensaje de vitalidad que se graba en quienes los realizan, aportan una especie de combustible vital básico".

"Al igual que el carnaval nos invitan a que nos olvidemos de nuestra propia cara, de nuestra manera habitual de ser y nos pongamos otras máscaras, otros roles. Quizás veamos que en nosotros también hay otros y que esos juegos los despiertan e invitan a salir y revelarse. Obtendremos, por un momento, aquello que tanto anhelaba Borges: el alivio que da dejar de ser nosotros mismos".

"Como señala Jean Duvignaud, lo valioso de los juegos es que rompen el orden establecido y nos colocan en una zona, en un “caos”, que está más allá de toda preocupación de eficacia, de finalidad, de utilidad. Zona de “caos” que está cargada de intensa vitalidad y de frescura".

"La justificación de los juegos radica en su misma intensidad, en cierta fascinación perturbadora que producen, en su vértigo".

"Una actividad lúdica bien utilizada es una poderosa herramienta de cambio".

"Los juegos son herramientas de la alegría, y la alegría además de valer en sí misma es una herramienta de la libertad”.

Esperamos que os hayan gustado sus palabras tantísimo como a nosotras.

 

 

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