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Por lo visto, existen muy pocos seres humanos que sean capaces de no apreciar los tonos y las melodías, y cuando esto ocurre, es normalmente asociado a algún tipo de afección en el aparato nervioso. Por lo general, el resto de los/las mortales, tenemos esa gran capacidad y de hecho, la música tiene un enorme poder sobre nosotros y nosotras desde la muy tierna infancia, nos afecta de alguna forma aunque no nos consideremos del todo personas musicales.
Existen zonas detectadas del cerebro diseñadas al servicio de esta sensibilidad musical y ya de hecho, Howard Gardner y sus colegas de Harvard hablan de la inteligencia musical como una de las ocho inteligencias múltiples que defendía en su teoría.
La inteligencia musical, dentro de la teoría de Gardner y su equipo, es aquella relacionada con la capacidad de percibir, discriminar, transformar y expresarse mediante el lenguaje musical. Incluye también la habilidad que tienen ciertas personas para el canto, en cualquiera de sus formas o géneros musicales, para tocar instrumentos maravillosamente, dirigir una orquesta o una banda, componer música de cualquier tipo y tener, en general, apreciación musical.
Son personas que se sienten atraídos por los sonidos en su concepto amplio, y que por tanto son capaces de maravillarse con el trino de un pájaro o con sentir el viento meciendo las hojas. Y en cuanto suena una melodía, disfrutan siguiendo el compás con el pie o con algún objeto de percusión, como si les saliera de dentro. Suelen cantar y muchas veces, se saben la letra de las canciones de memoria y son capaces de reproducirlas con buen tono.
No obstante, no hace falta tener estudios en solfeo o saber tocar un instrumento para poder apreciar la música y responder a ella desde nuestras entrañas. Pese a que haya personas que parecen más inclinadas a sentir y comprender la música, es algo natural que tenemos todos y todas dentro. La respuesta emocional a la música duerme dentro de nuestro cuerpo, no la podemos evitar y sin duda, por muy extendida que esté en nuestro día a día, no debemos olvidar esa capacidad que tenemos de disfrutarla, sentirla y vivirla de forma totalmente natural.
La atracción por la música puede que se remonte a nuestros ancestros y es algo que ha sabido permanecer en nuestro interior sin ningún tipo de ventaja evolutiva aparente, para expandirse por todas las culturas . Por ello, es una propensión que debemos tener bien arraigada dentro y no un pasatiempo puramente estético, que ha sabido acompañarnos por los años y los años de evolución. Es algo que podríamos considerar casi como innato.
Oliver Sacks define como “musicofilia” a esa afinidad que tenemos los humanos por la música. Nuestro desarrollado sistema nervioso nos permite percibir una variedad elevada de tonos, timbres, melodías, armonías y ritmos, integrando todos estos ingredientes en nuestro cerebro para dar un sentido a la música en nuestras mentes. Algo fascinante.
A toda esa amalgama de apreciaciones y construcciones mentales, además, hay que añadir los efectos emocionales que nos provoca la música: alegría, pena, angustia, felicidad, nostalgia… ¿habéis visto lo diferente que se percibe una película de miedo cuando apagamos el sonido y cancelamos con ello la música que acompaña a las imágenes? Las sensaciones y las impresiones que nos llegan, no tienen nada que ver.
Desde la más tierna infancia, casi con el sonido del latido constante del corazón dentro del vientre materno, la música nos acompaña. Y muchas veces es capaz de curarnos, como si fuera algo vivo que se fusiona con nuestros ritmos vitales, nuestras constantes biológicas. De hecho, así como en nuestras casa o aulas las usamos también para incidir en el estado de ánimo de los niños y las niñas, la música se utilizar en terapias para tratar el Alzheimer, puesto que la percepción musical, la sensibilidad, la emoción y la memoria musicales pueden sobrevivir mucho después de que otras formas de memoria hayan desaparecido.
Pero, ¿solo somos capaces de escuchar la música que viene del exterior? Oliver Sacks sostiene que todos y todas tenemos, desde muy pronto, una increíble imaginación musical, tan potente y creadora como la imaginación visual. Es la que nos permite tararear canciones que nos inventamos en nuestra cabeza, fruto de lo que suena dentro de nuestras mentes. Es algo que tienen superdesarrollado los grandes músicos y por eso, algunos son capaces de repasar una interpretación musical de memoria, de forma imaginaria, sin necesidad de hacerlo de forma real con el instrumento en la mano.
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