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Por qué a la infancia le gusta jugar con fuego

18 de Junio de 2021 Categorías: Crónicas del juego

Por qué a la infancia le gusta jugar con fuego

El fuego quema, se propaga y a diferencia del resto de elementos (agua, viento y tierra) destruye y por eso, nos da miedo. Nos da miedo que se acerquen, que lo manipulen, que lo alimenten. Te vas a quemar. Cuidado no te acerques. No, no, con el fuego no se juega. El fuego es cosa de mayores.

Sin embargo, por mucho que les digamos y les repitamos el mensaje de todos los males que encierra jugar con fuego, les atrae irremediablemente. La infancia (y la humanidad, diríamos) se siente primitivamente cautivada por el fuego. No sabemos si porque existe una llamada de lo salvaje dentro de nosotras/os saltando de gen en gen desde nuestros antepasados, o porque es un elemento de una naturaleza tan peculiar que ya desde pequeñas/os necesitamos entenderlo. O porque hipnotiza, quién sabe si es medio cosa de brujería.

Desde luego, tiene una parte mística muy potente que lidera el argumentario de muchas fiestas populares a lo largo de la península (y posiblemente, el mundo entero) como un elemento ritual, una muestra de agradecimiento al sol, símbolo de vida y también de poder. Algunos ejemplos son la noche de San Juan, en la que damos la bienvenida al verano y nos despojamos de todos los malos rollos; las Fallas de Valencia y su potente puesta en escena; el Correfoc en Cataluña, Valencia y Baleares… O de manera mucho más íntima, ¿quién no ha sentido la magia y el clima tan especial que se crea alrededor de una hoguera de campamento? ¿O la calidez que adquiere una estancia cuando se enciende una chimenea? El fuego es sin duda, un elemento que nos llama la atención a lo largo de toda nuestra vida.

Foto: Valdemaras vía Unsplash

Y por eso, nosotras, desde aquí, os decimos: ¡dejadles jugar con fuego! Dejadles que experimenten ese gozo porque también forma parte de su evolución, de su naturaleza humana, como lo es jugar con espadas, a las muñecas o hacer cabañas. Obviamente, no se trata de jugar con antorchas rociadas de gasolina, ni de regalarles un soplete, sino que intentemos atender esa fascinación por la llama que arde y la adaptemos a la edad de cada una/o, para que puedan satisfacer su maravillosa inquietud por la vida y todos sus elementos, incluído el fuego. 

Una niña o un niño saben que el fuego quema (o lo aprenderán antes de quemarse a lo bonzo), así como también saben que no es buena idea saltar al vacío por intuición. Pese a eso, no les dejaríamos pasearse por el filo de un acantilado rocoso con 300 metros de caída libre, por si acaso les falla el instinto o el pie, y tampoco les dejaríamos jugar con una hoguera tranquilamente sin supervisión. Pero, ¿no es un ejercicio maravilloso dejarles decidir si saltar o no del escalón, si bajarse o no por ese murete que parece algo alto, si subir por las escaleras al tobogán? Pues, de igual manera, también les podemos ir dando más y más confianza al juego con fuego, dependiendo de sus habilidades y de su proceso madurativo. Como en muchos casos, la base de todo es la confianza.

Foto: Janko Ferlic vía Unsplash

A partir de los 7 años o así, es cuando comienzan a mostrar el interés de forma más visible por el fuego. ¡Aprovechad el momento!, porque como decía María Montessori, la primera vez que nace el interés por algo, es un periodo sensible en el que todo se asimila y se disfruta mil veces más. Nosotras pensamos que intentar evitar que se acerquen al fuego es robarles una vivencia importante de su desarrollo.

Con esa edad, ya pueden entender las consecuencias básicas del fuego y pueden comprender su naturaleza más allá del aquí y ahora. Pueden entender su propagación, el efecto de calor que ejerce sobre otros objetos… aunque hay que estar atentas/os a que no sobreestimen su capacidad de controlarlo. Todavía hay aspectos que no son capaces de asimilar, como puede ser la rapidez con la que puede propagarse si un fuego se descontrola.

A nosotras se nos ocurren cosas cotidianas que pueden hacer:

  • Encender cerillas y verlas consumirse, apurando hasta justo antes de que les quemen los dedos

  • Jugar con velas, bien en los cumpleaños (encendiendo y apagándolas) o bien usando velas para crear ambientes bonitos en casa, que es una actividad sencilla que suele gustarles, ¡O incluso hacerlas con sus propias manos

  • Encender estufas de leña, chimeneas… dejándoles que preparen la disposición del combustible de la base, los palos más finos encima, luego los troncos más grandes… Y dejándoles por supuesto, encender a ellas/ellos la mecha. Una compañera del equipo tiene una estufa en su casa y nos cuenta que a su hijo de 7 años le encanta encenderla y con un poco de práctica, es capaz de hacerlo solo (siempre con supervisión y acomapañamiento de una persona adulta). 

  • El set de encender chispa que tenemos en la web suele encantarles y puede servir para hacer pequeñas hogueras controladas.

  • El juego de mesa cooperativo Sombras y Duendes muy divertido también para jugar con fuego, luces y oscuridades.

  • Jugar con bengalas, sobre todo en la oscuridad haciendo dibujos en el aire.

  • Encender un fuego en un cubo de metal o un recipiente ignífugo y quemar papeles, cartones, palitos, piñas… 

  • Cocinar platos que requieran calor con ellas/os (o dejarles hacerlo de forma autónoma más adelante) puede ser también una opción interesante y una forma de combinarlo con otra actividad que suele llamarles mucho la atención: preparar la comida. La cocina es un laboratorio inmenso de oportunidades estupendas para aprender y trastear.

  • Si os animáis con la idea de cocinar ofrecerles una barbacoa es una oportunidad única para que jueguen con fuego a la vez que cocinan, de forma totalmente controlada y adaptada a su tamaño. Seguro que les gustará que les dejemos implicarse en el encendido del carbón o la leña para prepararla.

Foto: Tomas Park vía Unsplash

A veces solo se trata de plantearnos ¿qué le puede pasar? Como en todo lo relacionado con la autonomía, en esta sociedad nos vamos convirtiendo en sobreprotectoras/es de la infancia así sin pararnos mucho a pensar en lo que implica. Y con ello, hemos ido perdiendo los referentes de nuestro entorno que nos ayudan a salir de nuestra zona de confort: si vemos que nuestra vecina deja a su hijo cocinarse solo una tortilla para cenar, lo mismo podemos preguntarnos también nosotras/os si nuestra/o hijo/a es capaz de hacerlo y animarnos a intentarlo. El ejemplo nos da oportunidades para la mejora, pero ya lo hemos perdido.

Nuestros miedos generan tensión en el ambiente, porque en el fondo, si están acostumbradas/os a que les des confianza y a que de vez en cuando vivan de primera mano las consecuencias de lo que hacen (un pequeño corte, una pequeña caída…) nos daremos cuenta de que la infancia es en realidad, muy prudente (por lo general). 

Foto: Bambi Corro vía Unsplash

Nuestro papel es saber darles indicaciones pero teniendo cuidado de que no sean limitadoras, sino puertas abiertas a su propia confianza y autoestima (aquello de “te vas a quemar”, “te vas a caer”, “te vas a cortar”...). Según nuestro criterio y nuestra experiencia, el secreto está en que la supervisión adulta no bloquee, no genere en el ambiente esa sombra de que se van a quemar, se van a quemar, se van a quemar... hasta que se queman. 

En el caso de las/los niñas/os más pequeños, el miedo puede interferir en el aprendizaje ya que un/a niño/a asustado/a puede simplemente dejar de escuchar.  Saber acompañar para estar ahí y no dejarles solas/os con el fuego, pero no aniquilarles la confianza.

Como dice Alonso Gil, uno de los fundadores de Diables i Timbalers, "debes ser valiente, no tener miedo al fuego, pero jamás perderle el respeto".

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