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28 de Noviembre de 2010 Categorías: Hablamos de nuestros productos

Jugar i jugar - Nuestros productos

Hablamos de nuestros productos

¿Por qué también tenemos esto?

A menudo, clientes y amigos nos han preguntado por qué  tenemos, en nuestra selección, espadas, ballestas o escudos. Durante mucho tiempo pensábamos que estos llamados “juguetes bélicos” incitaban o legitimaban de algun modo la agresividad y creíamos, como mucha otra gente, que ofrecer estos materiales simbólicos se podría considerar una aceptación de la violencia.

Formándonos sobre desarrollo infantil, hemos aprendido que alrededor de los 4 o 5 años, se despierta en muchos niños y niñas la necesidad de experimentar entorno al impulso de protección, de refugio, de defensa: aparecen entonces espadas, armaduras, castillos, murallas. Estas vivencias forman parte de la historia de la condición humana, de nuestra memoria ancestral y colectiva, que los pequeños heredan y necesitan recrear para integrar.

También en esta edad se desarrolla progresivamente la conciencia del mal, y el impulso interno de experimentar la lucha entre iguales. Eso nos conduce a exporar la autoseparación, la medición de fuerzas, el conocimiento de los límites y la propia fuerza física y psicológica. El juego simbólico, con sus cualidades de representación y de roles, permite esta exploración de la fuerza y de la rivalidad, de una manera saludable. Se trata de un terreno simbólico, justamente el que permite cruzar límites de violencia fictícia, simulada o en cualquier caso mesurada, que de otro modo no serían aceptables. En este contexto, se hace posible esta transgresión, y solamente el juego libre puede otorgar los acuerdos y los permisos necesarios para explorarla. Los pequeños, entonces, pueden experimentar entre iguales, o adaptarse también cuando juegan a luchar con un niños menores que ellos: es habitual ver como, en este caso, miden mucho más su contundencia física que no en una lucha entre iguales.

Así es como los arquetipos del caballero, del rey, las simbologías de la espada, el escudo, la corona, el castillo, tienen importancia y valor porque pueden representar las fuerzas contrapuestas del bien y del mal, de la protección, del poder, de la fuerza. En Catalunya, Sant Jordi es un ejemplo muy rico de figura que lucha contra un dragón (las fuerzas maléficas, involutivas).

El adulto que acompaña puede ofrecer situaciones preparadas y ayudar a crearlas: escenificaciones, juegos, representaciones de cuentos, donde niños y niñas juntos, en situación guiada, puedan vivir todos los personajes posibles, sin juicio de ningún tipo; porque en situaciones con contención y facilitación del adulto, ellos y ellas indistintamente puedan experimentar los roles de caballero y de princesa, con todo lo que conllevan.

Los instrumentos de lucha son un apoyo formal al servicio del juego simbólico, y por esta razón los niños se los fabrican con palos, ramas, escobas o tubos de cartón. Estos juegos de confrontación física tienen una dinámica diferente cuando se dan entre iguales y cuando son entre niño y adulto. En este último caso (en el cual la medición de fuerzas no es real), es importante que los límites establecidos sean muy claros, para que nuestras luchas resulten saludables y gratificantes.

Por otra parte, la fuerza física y la lucha forman parte de nuestra realidad. No hablamos aquí de las formas que adopta, de sus manifestaciones o de las causas que la provocan, sinó del diseño humano real que nos configura, de la agresividad y de la fuerza como rasgos definitorios de hombre y de mujer. Y, sobretodo, hablamos de cómo acompañamos, con límites claros, con mirada honesta y no con falsos juicios de valor, el desarrollo infantil saludable con todas, no sólo las que están bien vistas, todas las características que nos otorga el hecho de ser humanos y de vivir juntos.

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