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04 de Noviembre de 2016 Categorías: Artículos de otros , Educación

Ahora no puedes ir al lavabo

El diario de la educación con frecuencia publica artículos interesantes como este, que nos hace preguntarnos si los niños y niñas gozan de los mismos derechos que los adultos. 

 

Es curioso que los mismos maestros que aplican esta norma de no ir al lavabo o de no beber agua entre horas, sean los mismos que después se quejan que no tienen tiempo de ir. ¿Disfrutan los niños y niñas de los mismos derechos básicos que los adultos? 

 

La escuela siempre ha estado, y está, envuelta de debates: pedagógicos, económicos, sociales... Debates sobre temas grandes e importantes; temas, pero, que quedan lejos de los intereses y las preocupaciones más inmediatas del alumnado. Los grandes nos ocupamos de temas grandes, y a menudo nos olvidamos de las cosas más pequeñas y en apariencia insignificantes. 

 

En el día a día en la escuela se dan situaciones que hacen pensar, o, cuando menos, preguntarse por su valor o finalidad última. ¿Pueden los alumnos ir al lavabo cuando quieren? ¿O tienen que ir sólo entre horas? ¿O esperar a la hora del patio, a la de comer o a la de irse a casa? ¿Pueden los alumnos beber agua cuando quieran? Estas son cuestiones las cuales en pocas ocasiones se habla, en la esecuela, y que cuando se hace, aparecen opiniones muy dispares. Venimos, en general, de la tendencia de negar ir al baño entre horas o beber agua en clase. Como esas frases heredadas del padre o la madre, seguimos respondiendo automáticamente que no delante de estas peticiones. Pero si nos paramos a pensar, ¿Cuáles son los argumentos que sustentan estas negativas? 

 

Entre aquellos y aquellas que niegan estos pequeños derechos, hay argumentos tales como: sólo quieren salir para perder el tiempo, tienen que aprender a aguantarse, si tienen una botella de agua en la mesa no hacen nada más que jugar... Detrás de estas afirmaciones, no puedo más que ver una evasión, un desaprovechamiento de oportunidades para enseñar algo, a más a más de un reduccionismo en el planteamiento. Vamos por partes: 

 

Sabemos muy bien que cuando una cosa se prohíbe, despierta cierto deseo, el cual, en cierta manera, no se dirige a la cosa en sí, sino a la emoción de desafiar o descubrir qué hay escondido allí detrás. Se ha demostrado que cuando algo se normaliza, pierde este comportamiento de misterio y se puede convertir, potencialmente, en una herramienta más para enseñar. Por supuesto, si se da el caso de que un alumno abusa o hace un mal uso de una situación, el maestro o maestra tendrá que gestionar el caso en concreto, talmente como lo hace en otras circunstancias: que haya conflictos en el patio no quiere decir que se tenga que eliminar el tiempo de recreo, que un alumno malmeta el material no significa que no se le tenga que dar, etc. Tras este prohibir para algo genera problemas, hay una premisa muy poco pedagógica, y si nos ponemos a pensar, si generalizamos este modus operandi, no haremos nada, o bien acabaremos funcionando como hace unos años: "No, porque lo digo yo". Los argumentos para prohibir algo tendrían que estar encaminados a prever riesgos o situaciones malsanas, pero en este caso es evidente que no es así. 

 

Es curioso que los mimos maestros que aplican esta norma de no ir al lavabo o de no beber agua entre horas, sean los mismos que después se quejan de no tener tiempo de ir. Y esto nos lleva a una pregunta delicada: ¿Disfrutan los niños y niñas de los mismos derechos básicos que los adultos? ¿Reciben el mismo trato que nosotros? Creo que es justo y cierto decir que no, que los niños por el hecho de ser menores y más vulnerables, reciben en ocasiones un trato desigual. Miro y escucho a mi alrededor, y concluyo que los adultos no permitiríamos que se nos gritara como a veces se grita a los niños, tampoco permitiríamos que se nos llamara pesados, maleducados, u otros calificativos despectivos como sí que se hace con los más pequeños. Creo que todo adulto tendría de hacerse la siguiente pregunta antes de dirigirse a un niño o niña: ¿Cómo se lo diría a una persona grande? 

 

Otro de los argumentos más frecuentes es que tienen que aprender a aguantarse. Curioso, cuando justamente una gran parte de los adultos tienen que aprender justamente lo contrario: ir más veces al lavabo y no esperarse tanto. ¿Construir para desconstruir? No me parece lógico, y aún menos cuando en ninguno de los contextos de los adultos se nos niega satisfacer una necesidad tan básica: ni en una conferencia, ni en el supermercado, ni en el aeropuerto, ni en la faena... ¿Os imagináis tener que pedir permiso en la faena para ir al lavabo? ¡Es humillante!

 

Pero la cosa no acaba aquí, hay muchos otros ejemplos igualmente ilógicos: en los informes de comedor, por poner un ejemplo, hay un ítem que valora la rapidez con la que come el alumno y donde se valora positivamente a aquellos que comen más rápido. No es justamente lo que a los adultos se nos recomienda que tenemos que hacer... ¿A quién le interesa que coman rápido? 

 

La escuela está llena de pequeños momentos a partir de los cuales enseñar. Sin embargo, las decisiones que se tomen estén siempre encaminadas para esta dirección y no para hacernos las cosas más fáciles a los adultos. 

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